La mujer de la falda violeta
«Si el lector ya se está preguntando adónde pretendo ir con toda esta perorata, la respuesta más sencilla que puedo darle es que desde hace tiempo me abruma el deseo de conocer a la mujer de la falda violeta».
No, lo cierto es que esta lectora no tenía ningún interés en que la mujer obsesionada que narra esta historia le contase nada más. Al menos nada más impregnado de esa manía persecutoria que padece y que la hace perseguir, espiar, e inmiscuirse en la vida de esa otra mujer de vida rutinaria, triste y solitaria, a la que ve siempre en el mismo banco del parque comerse con deleite un bollo de crema. Siempre un bollo de crema, siempre la misma falda del mismo color.
La narradora se interesa por la conocida como mujer de la falda violeta, hasta el punto de querer conocerla, y cuando descubre que lleva bastante tiempo de entrevista en entrevista sin conseguir trabajo, decide convertirse en su benefactora y le deja, en su banco habitual del parque, un periódico con las ofertas de trabajo marcadas; incluso se preocupa por su aspecto físico y le regala unas muestras de champú que le deja en la puerta de su casa. ¿Por qué les genera tanta expectación a algunas personas la vida de los otros? ¿Por qué no reparan en sus vidas y en lo que pueden hacer por mejorarlas? Esta novela parece desarrollarse en torno a esta pregunta. Quizá es que ella misma, la mujer de la rebeca amarilla, se siente igual de insignificante y anodina y quiere remediar en otra vida que no es la suya lo que no se atreve en la suya propia.
Pero todo se precipita cuando por fin hace que consiga trabajo y la vida le comienza a sonreír. Su torpeza y su incapacidad para comunicarse con el resto de las compañeras la convierten en la obra de caridad de todas ellas que la miman, la aconsejan, la muestran el lado más amable del ser humano, hasta que… Hasta que la envidia hace presencia y ninguna de ellas puede soportar que la pobre mujer a la que habían ayudado porque creían que lo necesitaba, se convierte en una mujer más segura, más capaz e incluso más femenina.
«¿Qué…? - replicó la mujer de la falda violeta y su tono se elevó aún más. Para que te enteres de una vez: ¡yo no he hecho nada!
- Confiesa, embustera.
-¡Te estoy diciendo la verdad!
- ¡Eres una farsante! ¡Reconoce los hechos!...»
De todo ello es testigo “la otra”, la mujer de la rebeca amarilla, la mujer obsesionada, en realidad una de sus compañeras de trabajo… ¿Cuál? El giro final de la historia en el que la mujer de la rebeca amarilla, y a la vez narradora, toma protagonismo es quizá lo más sugerente de esta historia que en algunos momentos a mí, sinceramente, me ha resultado algo simplona.
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