La casa de verano

 

Hace poco leí en un periódico una frase que, a mi entender, define muy bien la novela de Matsuie: «Sí, los hechos son importantes, pero la esencia de la vida se encuentra en lo colateral». Porque, si bien en La casa de verano encontramos mucha arquitectura (a veces parece más un ensayo que una novela) y una naturaleza magníficamente representada, tanto por el Asama-yama (uno de los volcanes más activos de Japón), como por la infinidad de pájaros y plantas que circundan la casa que ha construído Shunsuke Murai en torno a un árbol katsura (árbol de nombre impronunciable Cercidiphylum japonicum pero de una belleza sobrecogedora), lo cierto es que son los pequeños detalles, los detalles más insignificantes, los que dan forma a esta novela que en realidad habla del paso del tiempo y de la belleza de lo cotidiano...entre otras muchas cosas.

Los cuadernos de dibujo que año tras año concluye Sakanishi, la marca de los lapiceros que cada uno de los componentes del equipo utiliza, la hora del te (a las tres), la música de fondo (siempre clásica o jazz), la caligrafía utilizada para los envoltorios de sake que se utilizan en la celebración del final de una construcción... Esos detalles colaterales dan forma a la vida de los protagonistas al tiempo que avanza el diseño de la biblioteca para el concurso al que el estudio Murai se presenta.

«...la madera respira, algo que no pasa con el acero. Y los libros necesitan respirar». Dice el profesor Murai. Con razón este arquitecto, discípulo de Lloyd Wright, se fija más en colegas como Asplund que en Mies van der Rohe. Las referencias a artistas occidentales son constantes, y no solo en arquitectura también en música o en literatura, lo que da una idea del escritor que es Matsuie: un erudito cuyos conocimientos tejen una novela en la que podemos encontrar desde referencias a la utilización de la violeta tricolor en la obra de Shakespeare, hasta disertaciones filosóficas de lo que él entiende por arquitectura.

«¿Puede llamarse arquitecto alguien que nunca haya construído nada?»; «La cuestión es: ¿tienes algo por lo que valga la pena hacer esperar tanto a los demás mientras tú le vas dando vueltas al asunto? Eso es lo que tienes que preguntarte cuando diseñas un edificio».

Buena pregunta, dificil respuesta. Toca pensar, pero no da tiempo. El Asama-yama interrumpe con su imponente presencia y nos recuerda que la vida es muy corta, que el tiempo pasa y hay que entregar el proyecto del concurso a tiempo. La presencia del volcán resulta terrorífica, aún más cuando acabas de enterarte de las recientes erupciones. El Asama-yama siempre está vigilante y te recuerda que la vida apenas es un suspiro y no sabes lo que va a suceder en el instante siguiente. Es curioso, pero siempre hay un pico kizuki y la cresta del Asama-yama acechando. Miento, siempre no.

«El canto de un pájaro llegó desde alguna parte. Recordaba su trino. Aquel primer verano, lo había oído todos los días. Sin embargo, no conseguía acordarme de su nombre, y cuando Yukiko terminó de cerrar las ventanas, dejó de oírse».

Cuando los niños llegan a la edad adulta dejan de creer en las hadas, desaparecen sus amigos invisibles y los seres elementales ya no se manifiestan ante ellos. del mismo modo, Sakanishi ha dejado atrás ese verano, los primeros años de prácticas, los primeros escarceos amorosos, su primer trabajo serio... Ese tiempo, el tiempo de la inocencia, de la ingenuidad, ya ha pasado y él ya no se acuerda del nombre de ese pajarito que le ha estado acompañando (y que sigue haciéndolo aunque el no sepa diferenciarlo), a él toda su vida y a nosotros durante toda la novela.

Todos los miembros del equipo Murai pasan el verano en esa casa mientras trabajan una idea, un proyecto, mientras sus vidas continúan y los hechos cotidianos marcan ese tiempo de espera. Hasta que...pues hasta que la Vida (sí, con mayúscula) toma las riendas y decide por todos ellos. Porque cuando la realidad sucede los pequeños detalles dejan de tener importancia, ya no hay tiempo para esos pequeños sucesos colaterales que han formado parte de la arquitectura misma de nuestra existencia. Es significativa la pieza de piano elegida al final: la sonata número 21 de Schubert está considerada el mayor logro del compositor porque ya estaba muy enfermo (sífilis) y apenas la sobrevivió unos meses. La compuso en septiembre de 1828 y murió en noviembre.

Es una belleza de novela e indispensable para amantes de la arquitectura que la disfrutarán mucho.

 

Erupción monte Asama (1783)

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