Venganza

 

Una tarde en la pastelería, Zumo de kiwi, Una anciana llamada J, Sandmännchen...Once relatos con títulos tan dispares no parecen tener mucho que ver unos con otros. Pero con Ogawa todo es posible. Todo, hasta que nos veamos inmersos en un universo gore de lo más siniestro.

El primero de ellos Una tarde en la pastelería nos lleva, de la mano de una madre, a uno de estos establecimientos a comprar una tarta de fresas con nata, la favorita de su hijo. Hasta aquí nada de particular. Nada de particular sino fuera porque su hijo está muerto. Se quedó encerrado en una nevera de un descampado y murió sólo, asfixiado. Tenía diez años.

En el segundo, un joven recuerda un suceso de hace veinte años cuando acompañó a una niña de su clase, con la que apenas tenía trato, a una extraña reunión con un hombre, su padre. Al parecer era una hija nacida fuera del matrimonio, él era un importante cargo político. El hombre les paga una merienda en un lugar exquisito y de mucho postín. A la salida regresan andando, y en el camino se detienen en una casa abandonada en cuyo interior se amontonan los kiwis. Una vez dentro, ella saborea con ansia uno tras otro mientras el zumo de las frutas le desborda entre los dedos.

En Sandmännchen (título de una canción de cuna de Brahms) un tren se encuentra parado por una avería en las vías debido a una gran nevada. Entre los pasajeros un joven que se dirige al funeral de su madre. En realidad era su segunda madre, la primera murió. La nevada le hace recordar otra que les sorprendió a ambos en una visita al zoo. Una de las cosas que le enviaron cuando murió fue una extraña fotografía junto a una anciana. Ambas sostenían unas zanahorias que tenían forma de mano. Su madre era escritora.

La cosa comienza a ponerse fea en Batas blancas. Dos mujeres están recogiendo las batas sucias de los médicos para llevarlas a la lavandería. Una de ellas se sincera con su compañera y le cuenta que su amante por fin iba a ver a la familia de su mujer para pedirle el divorcio, pero se ha quedado tirado porque el tren se ha parado debido a la nieve. La otra mujer la admira por su belleza, su personalidad arrolladora. Pero descubre, por el giro que da la conversación, que es una intrigante, y...una asesina.

Y una vez que Ogawa nos mete el miedo en el cuerpo ya no para. En los siguientes relatos, un artesano del cuero, fabricante de todo tipo de bolsos, carteras y maletines cuenta el extraño encargo que le hace una mujer joven cuyo corazón late fuera del cuerpo en un costado del mismo. Quiere un bolso o algo parecido para poder protegerlo. De la obsesión de uno por su trabajo y de la displicencia de la otra se puede esperar un final tan... ingrato. Una joven ayudante de peluquería, descubrirá cómo hacerle pagar a su novio el desplante que acaba de sufrir al visitar, por casualidad, el Museo de la tortura. Un pobre hombre, antiguo vendedor de prótesis, acaba sepultado por la basura que acumula en su casa. Asistimos a la muerte de un tigre que vive en el patio de una gran mansión (dónde precisamente está el Museo de la tortura) El accidente de un camión que transporta tomates y el reportaje que un periodista lleva a cabo en un hotel de playa completan los argumentos de las restantes historias. 

En el último, la protagonista es una anciana que, encaprichada de la voz de un adolescente al que ha oído cantar Sandmännchen decide ofrecerle el dinero para una beca de estudios musicales a cambio de que cada sábado cene con ella en su casa y más tarde le lea algo, algo, cualquier cosa. “¿Cuál era el título de aquella novela? Lo he olvidado. No era más que un libro que encontré en el estudio de mi marido.” Una novela que habla de kiwis y esqueletos. ¡No! Pues si. 

Es magistral la facilidad de esta mujer para crear historias dónde la realidad y el surrealismo conviven de forma natural. En este libro el lector acaba por preguntarse en qué momento aparecerá esa circunstancia, ese hecho, ese personaje que relaciona ese relato con el anterior. De este modo kiwis, zanahorias con forma de dedos, tomates, un tigre, una ayudante de peluquería, una nevada, un médico o una escritora se convierten en "casualidades" que pasan a formar parte de la vida de otras personas, ajenas a lo que éstas han supuesto con anterioridad.

La teoría de los seis grados de separación hace referencia a la idea de que cualquier persona puede estar conectado a cualquier otra a través de una cadena de cinco contactos. Ignoro si Ogawa se ha inspirado en ella, pero la conclusión de estos relatos es un mundo mucho más pequeño del que apreciamos a simple vista, lo que resulta terrorífico, siniestro, curioso, e intrigante. Si el final no fuera el que es (no lo entiendo, me resulta carente de lógica y retorcido) sería perfecto. Cómo la perfección ya sabemos no existe...

Venganza (Yoko Ogawa. Tusquets 2023)

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