La nobleza del fracaso

 


Mientras que en la historia occidental los héroes suelen ser los vencedores, en Japón sucede todo lo contrario. Ivan Morris ha elegido los nombres de algunos de los héroes nacionales que figuran en la historiografía japonesa no por sus victorias, sino por el fracaso estrepitoso de sus campañas. Desde el siglo VI hasta el pasado siglo XX los personajes que aquí aparecen, algunos entre la leyenda y la historia, son muy distintos en cuanto a posición social, o ideales éticos, sin embargo todos comparten una misma característica, según el autor “fueron criados para más arduas empresas”.

El primero de ellos, Yorozu (siglo VI) fue el valedor del clan Mononobe frente al Soga, en un momento convulso de la historia japonesa, y se puso de parte de quienes perdieron el poder, pero aún así no dejó nunca de servir a quién había jurado fidelidad. Arima no Miko (siglo VII) fue acusado injustamente de una traición que no cometió, y asesinado por sus primos que le veían como un obstáculo político. No tuvo tiempo, siquiera, de realizar ninguna hazaña importante.

Muy diferente fue la vida de Sugawara no Michizane (siglos IX-X) envuelto en la leyenda se le venera como el dios de la poesía y la escritura, aunque realmente su mayor logro pudo haber sido ser nombrado primer consejero del emperador en una sociedad en que el clan Fujiwara aunaba todo el poder en sus manos. Michizane consiguió que la cultura japonesa se volviese independiente de la china negándose a realizar más embajadas al continente, no se sabe si por miedo a los tifones, a los piratas o por mera precaución tras haber consultado los oráculos que en aquel tiempo eran imprescindibles. La envidia de quienes le consideraban un peligro por su peso en la corte imperial hizo que se le acusara y se le exiliara sin motivo alguno. La leyenda cuenta que cuando esto ocurrió no pudo siquiera despedirse de su familia, pero si de su amado ciruelo que le siguió volando hasta la isla de Kiushu para acompañarle en el exilio, por eso es conocido como Tobiume (ciruelo volador) y de hecho allí continúa junto a otros miles que los admiradores de Michizane fueron plantando a través de los tiempos.

La leyenda de Minamoto Yoshitune (XII) figura en una de las obras épicas más impresionantes de la literatura universal, el Heike monogatari, en la que se narran las guerras que tuvieron lugar entre el clan de los Minamoto y los Taira. Personaje casi más mítico que real protagonizó algunas de las más duras y brillantes batallas de aquellos tiempos, pero pasó la última parte de su vida huyendo.

Siglo y medio después de que se instaurará el régimen militar en Kamakura la ética samurai se había ido expandiendo por todo el país, un país que los clanes se disputaban hasta el punto de ser un terrible error, tanto estar de parte del emperador Godaigo como contra el. La batalla que tuvo lugar en el río Minato y que significó la derrota y muerte de Kasunoke Masashige (siglo XIV) fue la que le aseguró la popularidad como héroe nacional (de hecho su estatua ecuestre, al estilo occidental, se encuentra en los jardines del Palacio Imperial de Tokio) pues nunca dudó en ser fiel al mandato de fidelidad que había jurado al emperador, aunque éste ya hubiera sido depuesto.

Muy diferente es el caso de Amakusa Shirō, un joven de 16 años que se puso al frente de 40.000 campesinos cuya revolución fue de carácter religioso. La rebelión cristiana estalló el 17 de diciembre (1637) en Shimabara cuyos fines fueron siempre (aunque algunos investigadores aluden motivaciones económicas) religiosos. Salieron en favor de una religión minoritaria, extraña y en aquellos momentos prohibida por el gobierno. El general en jefe Matsudaira no dudó en pedir ayuda a los holandeses que, sin contemplaciones, acribillaron a miles de campesinos, pescadores, y caciques rurales que habían seguido la causa. Amakusa Shirō sobrevivió, pero no se quitó la vida como casi todos los héroes japoneses, su religión prohibía el suicidio, en cambio su fracaso sirvió para desterrar al cristianismo de Japón.

Por último quedarían Oshio Heihachiro y Saigo Takamori, ambos pertenecientes al siglo XIX. El primero de ellos a comienzos de 1837 era un erudito, militar y caballero samurai que poco tenía que ganar en la lucha que comenzó y si mucho que perder, como así sucedió. Considerado por algunos como un auténtico revolucionario o socialista temprano, el caso es que Oshio fue un líder que luchó, a su manera, por acabar con la miseria del pueblo y cuya filosofía se parece más a un activismo moral que a una protesta social. Llegó a vender toda su biblioteca (50.000 volúmenes) y entregó el dinero que consiguió a los indigentes de la ciudad.

Saigo Takamori es considerado el último verdadero héroe de Japón, su estatua está en el parque Ueno de Tokio y allí aparece junto a su perro. La mayor heroicidad de este hombre fue apartarse del régimen que el mismo había concebido (reforma Meiji) rompiendo con un gobierno al que él mismo perteneció “simplemente” por cuestiones morales. Cada vez con menos apoyos entre los burócratas ávidos de poder y riquezas a los que llamaba “manada de bestias salvajes”, se fue granjeando la antipatía de todos ellos que le vieron como un enorme estorbo al que habían de eliminar. Sin embargo, se les adelantó poniendo en marcha una rebelión para luchar contra un gobierno despótico que estaba vendiendo su país, perdiendo su tradición y su cultura, a las potencias extranjeras. Dicen que la rebelión de Satsuma fue la última guerra que Japón hizo en clave nacionalista, y la que puso fin a la fase heroica de su historia.

Por último dedica un capítulo a la figura de los kamikazes: como se generó, de qué almirante fue la idea de utilizar unidades suicidas, y antecedentes. Aporta documentos de los pilotos (diarios, cartas) algunas fotografías, y una crónica desde el primer incidente al último, además de la aparición en la llamada Guerra del Pacífico de las bombas atómicas.

Un ensayo enorme, no solo por su dimensión (630 páginas) también por la excelente documentación, la soberbia recopilación de protagonistas, sus 133 páginas de notas, además de un glosario, bibliografía e índice onomástico y analítico… Un libro excepcional en el que se palpa la admiración que siente el autor hacia la cultura japonesa, no sólo por algunos de sus comentarios, también por el modo (respetuoso) con que trata a los diferentes personajes a quienes llega a comparar con su gran amigo Mishima Yukio, a quien dedica la obra. “Al final el camino del guerrero se nos revela en el trance de la muerte” (Hagakure)

La nobleza del fracaso (Ivan Morris. Alianza, 2018)

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